2018/09/01

Sobre el gatopardismo

No es imprescindible haber leído El Gatopardola novela de Giuseppe Tomasi, príncipe de Lampedusa, para entender este comentario, pero recomiendo su lectura o, al menos, contemplar la película del mismo nombre, dirigida por Luchino Visconti e interpretada por Claudia Cardinale y Burt Lancaster en 1962. La frase clave que ha servido para analizar diferentes procesos políticos es la que sigue: "Si queremos que todo siga igual, necesitamos que todo cambie".

En boca de un personaje de la nobleza local, se trata de maquillar las apariencias políticas para que las corrientes de fondo sigan intactas. Cambiar de presidente, de régimen, de constitución, de todo lo que haga falta, para que sigan dominando los resortes del poder los de siempre. 


Sin ir más lejos, hay mucho de gatopardismo en la llamada Transición española. Se instala una democracia formal pero los intereses de los grandes banqueros, industriales y terratenientes permanecen intactos. La reforma agraria, la neutralización del infinito poder de la Iglesia Católica, la depuración de militares y policías franquistas y otras muchas reivindicaciones populares, quedaron sin satisfacerse, en espera de tiempos mejores.

También se pueden vislumbrar ecos de gatopardismo en la operación del Gobierno del PSOE de retirar la momia de Franco de la basílica de Cuelgamuros. Se exhuman los restos del dictador, se arrinconan los de Primo de Rivera, pero se mantiene la cruz, símbolo del nacional-catolicismo y de la llamada Cruzada, bendecida y auspiciada por cardenales y obispos, así como la propia basílica, escenario de tantos homenajes a Franco y al fascismo. Hablan ahora de cementerio civil, pero si fuera así no estaría presidido por la sanguinaria cruz, símbolo que al presidente del Gobierno parece no molestar, según ha manifestado.

Todo lo que no sea la identificación y devolución a sus familias de los restos de los republicanos allí trasladados contra la voluntad de los suyos y la posterior demolición de todo el conjunto monumental es una verdadera estafa. Es evidente que Franco y los que le apoyaron ganaron la guerra en 1939, esperemos que no la vuelvan a ganar 80 años después.

Aterrizando en una geografía más cercana, también se observan gestos de gatopardismo en la operación pilotada por el PNV y su lehendakari Urkullu con el llamado nuevo estatus para la CAPV. Un nuevo texto legal, por momentos innovador, que no puede ocultar la realidad. Después de 40 años de Estatuto de Gernika siguen habiendo decenas de competencias sin transferir y no hay visos razonables de que se vayan a resolver en los próximos meses. 

Aún recuerdo aquella campaña pro-Estatuto de Euskadiko Ezkerra, en la que se decía que con el Estatuto los presos a casa y unos cuantos esloganes parecidos, a cada cual más maravilloso. Todos sabemos en qué quedó todo aquello.

Ahora se intenta llegar a un acuerdo imposible entre quienes defienden el derecho de autodeterminación del pueblo vasco y quienes se lo niegan. Las posiciones siguen enquistadas y no hay a la vista ningún Lampedusa que se ofrezca para buscar una solución que satisfaga a todos.

Pero mientras tanto, quienes tienen los resortes del poder en la CAPV (y en parte en Nafarroa Garaia) siguen ostentándolo sin solución de continuidad, como lo han hecho en las últimas décadas, salvo el periodo del poco recordado Patxi López. Ese es el elemento clave. Nuevo Estatus, nuevo envoltorio, pero yo sigo al mando de la tripulación.

Veremos como evolucionan los acontecimientos, pero no hace falta ser un lince para adivinar que cuanto más se alargue el proceso de maduración del llamado Nuevo Estatus, mejor será para los intereses del PNV. Y es que en este momento, salvo error u omisión, no existe ninguna formación política, léase Bildu, Podemos o PSE, que tenga la capacidad suficiente para remover al partido de Ortuzar de su posición central en el tablero político de la CAPV. Guste o no guste, esa es la situación, y mientras tanto, seguiremos dándole vueltas al texto del Nuevo Estatus, con la ilusión de que estamos avanzando en un incipiente proceso soberanista, cuando la realidad es que dicho proceso se encuentra estancado. ⧫



   



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