En los últimos tiempos se habla mucho de las llamadas noticias falsas (fake news), un fenómeno que se presenta ligado al desarrollo masivo de las nuevas tecnologías y, en especial, a las redes sociales, pero que se ha dado siempre a lo largo de la historia. Noticias falsas nunca ha dejado de haber.
Pero no quiero hablar hoy de ellas, habrá tiempo más adelante, sino de las llamadas noticias verdaderas, o sea, las noticias a secas. Noticias que en las últimas semanas se antojan, amén de verdaderas, preocupantes.
Noticias que proceden de Nicaragua, donde el presidente Daniel Ortega, antiguo sandinista, se mantiene en el poder gracias a alianzas inconfesables y represión. Un cóctel inasumible para personas honestas como Gioconda Belli o José Mugica. Ni soy experto en el país centroamericano, ni lo pretendo. Algo he leído y la experiencia me dice que, desde aquella famosa piñata, el sandinismo (orteguismo ahora), ha vivido una deriva que haría levantarse de su tumba a Carlos Fonseca. Sé que hay gente de izquierda que lo defiende, espero que con buena intención, pero seguir con el mantra de la conspiración yanki no cuela. Ya somos mayorcitos para esos cuentos. ¿Qué fue de Humberto Ortega, de Tomás Borge, de tanto comandante rojinegro instalado en el bienestar? Ahí lo dejo.
Otra noticia verdadera es la que habla de la consideración de Israel como estado nacional judío, que ignora la existencia de un 20% de población árabe. Un paso más en el extremismo sionista, amparado por Trump, que no para en su enloquecida carrera en pos de la anulación civil de los no judíos. Un empeño, por cierto, imposible. Europa, socia de Israel, mira para otro lado, como casi siempre, mientras asistimos a la consolidación de un modelo de estado teocrático, monolingüe, unirracial, en el que en el futuro no tendrían cabida más que los propios judíos.
Otra cuestión verdadera es la tragedia del Mediterráneo, mar en el que perecen a diario personas procedentes de diferentes lugares de África y Oriente Próximo. Uno de los mayores problemas del momento, para el que tan solo se implementan medidas de choque, como más policía o más centros de acogida, léase campos de concentración para migrantes. El asunto es serio y no se puede abordar ni desde la pura represión, ni tampoco desde la algarabía.
Europa está obligada a hacer frente a una realidad que va a seguir creciendo, una realidad que tan solo se podría aminorar si de una vez por todas se plantea una especie de Plan Marshall para África, que ayude al desarrollo sostenible del continente y a que muchos de sus habitantes no tengan que emprender una odisea migratoria que en muchas ocasiones acaba en muerte.
En otro plano, más cercano, asistimos a las corruptelas locales ligadas, qué casualidad, a la gestión del PNV. Por un lado todo lo concerniente a la OPE de Osakidetza, que cada día que pasa huele peor, y por otro a la constatación de que uno de los municipios más horadados por las prácticas nefastas es el de Alonsotegi, con tres de sus alcaldes imputados. Un municipio que conoce muy bien el lehendakari de la CAPV Iñigo Urkullu, pero del que no dice esta boca es mía, porque su partido tiene poco que alardear. ¿Separarse de Barakaldo para esto?
Del histórico pacto para el Nuevo Estatus o estatuto revitalizado, hablaremos a la vuelta de vacaciones. Izan ongi!
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