Asistimos en estos días a una multipresencia de las periferias en el discurso político dominante. Las recientes elecciones gallegas, las próximas en la CAPV y la permanencia en el tiempo del conflicto nacional en Catalunya no son más que eslabones de una larga cadena que ha marcado hasta el día de hoy la historia de la península ibérica.
Batalla de Aljubarrota. Foto: Wikipedia |
No podemos pasar por alto, entrando en materia, que fue el reino de Portugal quien quebró el dominio castellano en esta zona del suroeste europeo. La batalla de Aljubarrota, a finales del siglo XIV, supuso un antes y un después para los respectivos destinos del pueblo portugués y del resto de pueblos de la península. El centro, representado por la corona de Castilla, salía derrotado en aquella pugna frente a las tropas del reino de Portugal, que personificaban la periferia, pese a la evidente colaboración de Inglaterra. Un centro poderoso perdía su posición de privilegio ante una periferia teóricamente más débil. De hecho, Portugal ha sido la única nación presente en la península que ha logrado consolidar en el tiempo su independencia política frente a Castilla. El resto de naciones peninsulares sin estado propio siguen manteniendo la expectativa de emular el ejemplo luso, aunque no tenga que producirse obligatoriamente mediante un enfrentamiento militar.
La dialéctica centro-periferia que ha sido tan utilizada desde el pensamiento económico para intentar explicar la razón de que unos estados, los situados en el centro, se desarrollen económicamente a un mayor ritmo que el resto, o sea los periféricos, cabe ser adaptada a las pugnas por la soberanía nacional que se producen en Europa y, en general, en el planeta.
En el conflicto por la soberanía escocesa, Londres ejerce de centro mientras Escocia se muestra como la periferia dispuesta a recobrar su perdida independencia. Se trata de un contencioso que se encuentra actualmente en periodo de semihibernación, en parte debido a los problemas de liderazgo en el Partido Nacional Escocés (SNP) y en parte a que el poder central tiene un amplio catálogo de herramientas para resistir los embates independentistas que le vienen desde el norte.
La misma ciudad, Londres, ejerce de centro en el conflicto con el territorio del norte de Irlanda, cuyo parlamento acaba de designar como ministra principal a la republicana del Sinn Féin Michelle O’Neill, encarnación de una periferia que a su vez está dividida entre quienes desean que el centro siga siendo la ciudad del Támesis y quienes preferirían que lo encarnara Dublin. Una dialéctica que en el último tercio del siglo pasado ha vivido enfrentamientos con miles de muertos y heridos, causados por el Ejército británico y la actividad de los grupos armados de ambas comunidades, así como una vergonzosa segregación social sobre la población favorable a la reunificación de Irlanda.
Otra capital europea, París, ejerce de centro sobre sus periferias de Bretaña, Occitania, Corsica o los territorios de Ipar Euskal Herria, que avanzan lentamente en su proceso de institucionalización y reconocimiento por parte de la República francesa. Un estado jacobino que sigue siendo incapaz de reconocer las diferentes lenguas que coexisten en él y que pone trabas infinitas al desarrollo de la cultura euskaldun en los territorios de Lapurdi, Nafarroa Behera y Zuberoa.
Más hacia el sur es Madrid quien encarna el centro del poder en el Estado español, en detrimento de las periferias gallega, catalana y vasca. En este caso, similar al de París, el ente Madrid ejerce de centro sobre todo el territorio del Estado, no solo sobre las nacionalidades históricas. Su proverbial centralismo también ahoga a Andalucía o Aragón, e incluso a la mismísima Castilla y León. Llevamos siglos contemplando el enaltecimiento del centralismo que se refleja en el mapa de carreteras, en la red de ferrocarriles o en la tasa de museos por habitante de que goza, incluido el Museo Naval, una ciudad que tiene de todo, salvo mar.
En estos últimos años, la debilidad electoral del PSOE unida a la incapacidad natural del PP, ha hecho que las representaciones políticas de las naciones periféricas en el Congreso español sean más protagonistas que nunca en el juego parlamentario. En esta legislatura derivada de las elecciones del pasado 23 de julio se ha abierto una ventana de oportunidad para que las naciones sin estado propio hagan su propio camino hacia la soberanía o, al menos, ensanchen la paupérrima democracia actual.
Aunque es una frase manoseada, nos encontramos ante un momento histórico, una oportunidad que puede que no se vuelva a dar en muchos años. Coincide que en este 2024 pueden celebrarse, además de las que acaban de producirse en Galiza, con un gran resultado para el BNG, elecciones en la CAPV y en Catalunya. Comicios en los que las formaciones soberanistas de izquierda (EH Bildu y ERC) podrían alcanzar resultados inimaginables hace tan solo cuatro años, sobre todo en el caso vasco. De ese modo las tres periferias nacionales, junto a su representación en el Parlamento español, pueden dibujar un panorama muy favorable a sus intereses frente al centro que representa el ente Madrid.
Tradicionalmente se ha usado en la metrópoli el término periferia o el adjetivo periférico de modo despectivo, como se sigue utilizando el de “provincias”, como un segundo o tercer nivel de lo que acontece en la capital del reino, que en todo caso es lo verdaderamente sustancial. Puede que haya llegado el momento de reivindicar el concepto de periferia, asimilándolo al proceso de alejamiento centrífugo del centro que se plantea desde las naciones sin estado propio de la península. Nos encontramos tan alejados del centro que nos sentimos desubicados y queremos disponer de nuestro propio centro y, por qué no, de nuestras propias periferias. ¿O no era eso la soberanía? ⧫
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