Si el nuevo máximo responsable del Reino de España, el ciudadano hispano-heleno Felipe Borbón Grecia, piensa en serio que repitiendo lo obvio va a lograr que todos nos sintamos a gusto en su "España unida y diversa" está equivocado. Puede que, al comenzar su tarea, peque de ingenuo, pero con citar a Gabriel Aresti y pronunciar un eskerrik asko no va a lograr cambiarnos de postura. En esta España caduca no cabemos todos.
La costura constitucional se nos queda pequeña, demasiado pequeña y sin un previo reconocimiento de la realidad plurinacional del Estado, pocos pasos se pueden dar. Es cierto que en el plano teórico existen soluciones intermedias entre la pura y simple independencia y el actual estatus quo autonómico. Una confederación de estados ibéricos, coronada o republicana, pudiera haber sido en su día una vía de entendimiento. A día de hoy nadie la plantea y es posible que su construcción ofrecería más complicaciones que soluciones.
El Reino de España no molesta por ser reino, sino por la concepción unitaria del Estado que conlleva, o sea, por España. Una república, presidida por Aznar o González, tampoco iba a ser capaz de solucionar el llamado conflicto vasco, es más, puede que lo empeoraría.
Si el ciudadano Borbón que atiende como Felipe VI desea impulsar una solución duradera al actual entramado estatal que alberga diferentes naciones, debería comenzar por admitir con naturalidad su existencia. Pero no solo en el plano cultural, sino en el estrictamente político. Su "cabemos todos" del discurso inaugural de su reinado queda bien en el capítulo de buenas intenciones, pero se antoja insuficiente para cambiar la situación.
Para que empecemos a tomarnos en serio el mensaje se necesita un recorrido previo, con gestos de calado. Tenemos que apreciar, más allá de las palabras, que se quiere poner en pie un nuevo tratado de convivencia entre los diversos pueblos que conforman el Estado español. Para empezar, se necesitaría abordar una profunda reforma de la Constitución de 1978, facilitando el encaje institucional conjunto de los territorios vasco-navarros e implementando hacia el ente administrativo que surgiera todas las competencias, salvo las relativas a relaciones exteriores, defensa y moneda.
En ese hipotético caso, podríamos empezar a tomar en consideración la oferta. Mientras tanto, habrá que mantener la reivindicación de una República Vasca, sin ataduras con un reino que no parece capaz de abordar un verdadero proceso de regeneración democrática efectiva. Así, con meras operaciones de maquillaje y de aggiornamiento en las formas, pero no en el fondo, todos no cabemos.
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