2014/04/24

El factor Bouffier

El pastor y apicultor francés Eleazard Bouffier dedicó la mayor parte de su vida a plantar árboles, a sembrar bellotas que pasado el tiempo se convertirían en encinas. En la soledad de una región despoblada, situada entre los Alpes y la Provenza, Bouffier convirtió en bosque lo que era un erial sin agua, sin habitantes, sin vida.

Mientras sus compatriotas se dedicaban a enfrentarse con sus semejantes en dos guerras mundiales, él seguía a lo suyo, plantando árboles sin descanso. La historia de este pastor nos trae a la memoria la fábula de la hormiga, el trabajo silencioso que viene a dar fruto al cabo del tiempo. 


Cuando la organización clandestina ETA anunció el cese definitivo de su actividad armada algunos analistas pensaron que lo demás vendría por añadidura, como se dice en la Biblia. Una ola gigantesca se elevaría sobre los barrios, pueblos y ciudades de Euskal Herria, extendiendo la ilusión ante un nuevo escenario político en el que todo sería posible. Las ansias de libertad del pueblo se desatarían de forma geométrica.

Sin embargo, pasado ya un tiempo prudencial de aquel histórico anuncio, nos encontramos con que las cosas no han sido como esos analistas anunciaron. La conclusión es clara: las cosas no son tan sencillas como parecen a primera vista. Esa fotografía teórica del país, tal vez demasiado idealista, no se corresponde con la que vemos todos los días en nuestras calles y plazas. Existe un evidente desajuste que habrá que abordar, teniendo en cuenta las circunstancias cotidianas que nos rodean.

Nos guste más o menos, nos hallamos ante una realidad social presidida por el culto a las nuevas tecnologías, a la instantaneidad. Todo tiene que ser al momento, on line. No hay tiempo de esperas, ni de aplazamientos. Surge una nueva cultura que se caracteriza en buena parte por la velocidad, pero también por la insustancialidad. Por un superávit de información, buena parte de ella prescindible. Millones de fotos son tomadas cada día, por medio de sofisticados teléfonos móviles, para ser al instante difundidas por toda clase de mecanismos y redes sociales. La mayoría de esas imágenes son irrelevantes y acabarán en la papelera de reciclaje, esto es, en la basura. Da igual. Si todo nos parece digno de ser inmortalizado en un archivo digital es que, en realidad, nada lo merece. 

A esa intantaneidad e insustancialidad se une una forma de atacar los problemas presidida por la falta de esfuerzo. Ante las dificultades, se dice, lo mejor es tomar un atajo o darse media vuelta. No merece la pena enfrentarse directamente al obstáculo. La cultura del esfuerzo, de la tenacidad, de la entrega, están devaluadas o son directamente despreciadas.

Sí, es verdad, resulta fantástico que el "Wall Street Journal" refleje en sus páginas un mapa que reconoce la realidad nacional de Euskal Herria. Enviemos un twitter a nuestro círculo de amigos virtuales. El problema es que en una amplia franja meridional reflejada en ese mismo mapa, el porcentaje de voto abertzale no supera el 5% de los sufragios emitidos. Es solo un ejemplo de las muchas tareas que hay por realizar.

Y al afrontar la necesidad de ese trabajo de hormiga es cuando aflora de nuevo el factor Bouffier, el hombre que plantaba árboles. Es precisamente en las zonas menos propicias donde se hace más necesario sembrar, trabajar, explicar. Allí donde escasea el agua habrá que plantar encinas, hayas u olivos. Con el tiempo llegará la lluvia, se alimentarán los manantiales y por los viejos cauces resecos comenzará a fluir de nuevo la corriente.

No es una labor instantánea, al modo de lo que se estila en la era digital. Habrá que esperar un tiempo prudencial para que la foto que tomemos refleje las novedades que se vayan produciendo y no tengamos necesidad de tirarla a la papelera. La tarea va a requerir su esfuerzo, pero merece la pena que lo intentemos.
  
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