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Nunca estuvo justificado, por tratarse de un proyecto faraónico, pero los que está ocurriendo en los últimos meses con el TAV raya en lo grotesco. El movimiento ecologista argumentó desde un principio que no merecía la pena coger ese tren y ahora cualquier observador mínimamente objetivo lo corrobora.
La autodenominada "Y vasca", que al añadirle la pata navarra se convertiría en "H vasconavarra", va camino de lograr situarse como el tren de alta velocidad más ridículo del planeta. Primero fue París quien indicó que no tenía intención de invertir en la conexión por el norte; luego Madrid se arrugó con la conexión por el sur y ahora también por la del Este. El Gobierno Vasco impulsa un tren rapidísimo que se quedará en Gasteiz, el Gobierno de Nafarroa otro que circulará como La Veloz Sangüesina entre Iruñea y Castejón. Estupendo.
Enterrar de esta forma tantos millones de euros de dinero público no será corrupción, pero supone tal desatino que se equipara a ella en la gravedad de los resultados. Quién nos iba a decir que el Ministerio de Fomento del PP trasladaría sensatez a algunas partes del proyecto, planteando la solución del tercer carril. Una solución más barata y práctica que mejora las actuales infraestructuras para lograr velocidades de hasta 200 kilómetros por hora. ¿No es suficiente velocidad para Urkullu y Barcina? ¿Por qué no paralizan las obras y vuelven a estudiarlas en toda su dimensión?
Uno ve como prosperan las obras en Urnieta, Osiñaga, Valtierra o Castejón y tiende a pensar que la irracionalidad del capitalismo no tiene arreglo. Luego, profundizando en el asunto, se percata de los escalofriantes beneficios que obtendrán las empresas implicadas en el proyecto y empieza a entender mejor el enrevesado carácter humano. Allá donde se huele dinero, se remueven piedras y rocas; se perforan túneles; se tienden puentes y se allanan montañas. Es una ley inexorable. El interés general, el bien común, la racionalidad son valores caducos que se arrojan a la cuneta cuando se trata de acumular beneficios.
Quienes no albergamos ningún interés particular, léase monetario, en los proyectos relacionados con el TAV, o sea, la inmensa mayoría de la población, deberíamos exijir la paralización de las obras de forma inmediata. Yo, por mi parte así lo hago. Me apeo de este tren antes de que se acreciente el disparate.
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