2016/08/21

Pisadas soberanas

Nos encontramos en un parque urbano de cualquier ciudad del país. Queremos ir desde la orilla del estanque de los patos hasta el kiosco de la música. Para ello atravesamos el césped por un caminito de deseo tejido por las pisadas de miles de personas que anteriormente han decidido, de forma inconsciente, que ese es el recorrido adecuado. Alguna mente alienada que observa la escena está pensando en el porqué de ese comportamiento extravagante. No entiende que la gente abandone los caminos pavimentados por el Ayuntamiento y se dedique a estropear el césped trazando sobre él una senda que desafía el diseño original del parque.

Los pobres de espíritu se quedan con esa conclusión y se sienten tentados de acudir ante alguna autoridad gubernativa para denunciar un comportamiento que estiman fuera de lugar. No se detienen un minuto a pensar que tal vez quien está equivocado es el diseñador de los caminos del parque, que no ha acertado a vislumbrar cuál es el recorrido más indicado para unir el estanque con el kiosco. Porque, aunque suene a frase hecha, se hace camino al andar. Efectivamente, son las pisadas realizadas a su libre albedrío por los transeúntes las que han hecho surgir aquí y allá miles de senderos de deseo que demuestran la creatividad innata del ser humano.


Sin la necesidad de dibujar planos, ni de realizar complejas operaciones matemáticas, las personas sabemos cuál es el recorrido más adecuado para realizar un determinado trayecto. Primero lo hace una, luego viene otra más, prosiguen haciéndolo unas cuantas más y al final tenemos un caminito de libertad totalmente terminado para el disfrute de quienes vengan por detrás.

Los senderos de deseo son una magnífica demostración de la capacidad humana para innovar, para abrir nuevas posibilidades, para cuestionar los proyectos oficiales diseñados en despachos alejados de las vivencias cotidianas de la gente. Es habitual que las autoridades, enrocadas en su prepotencia, coloquen vallas para impedir el tránsito por los senderos libertarios e incluso los resiembren con la intención de borrarlos, de hacerlos invisibles, en un supuesto arrebato ecologista. Pero también existe en otros países el ejemplo opuesto. Se trata de edificios universitarios recién levantados, rodeados con praderas que no disponen de caminos pavimentados. Serán los propios usuarios, con sus pisadas diarias, quienes trazarán los recorridos. Pasados unos meses, la universidad pavimentará y hará oficiales esos caminos diseñados de forma colectiva e inconsciente por la comunidad de profesores, alumnos y trabajadores que utiliza las instalaciones públicas. Ese puede ser el camino.

Tan solo hace falta que la gente tome el camino más adecuado a sus necesidades y que lo vaya construyendo con su caminar diario, con sus pisadas soberanas.
El lector ya habrá adivinado a donde quiero llevarle. Efectivamente, los senderos de deseo como metáfora de la manera en que un país debe construir sus caminos hacia la libertad. Las instituciones, los partidos políticos, las agrupaciones ciudadanas incluso, se empeñan en dibujar y establecer una serie de requisitos, de recorridos, de vías, que deben ser seguidos por el resto de los mortales para que, entre todos, se consiga el resultado esperado. Probablemente, en muchas de las ocasiones, lo hacen con el mejor de los propósitos. Observan el lugar en el que se encuentra la gente, cerca del estanque de los patos, invadida por el tedio, mientras atisba el kiosco, junto al que todo el mundo quisiera encontrarse para escuchar música, bailar y hacer unas risas. Con esas premisas dibujan un recorrido lo más adaptado posible al terreno, introducen las máquinas niveladoras, pavimentan el trazado con leyes y decretos, convocan movilizaciones de apoyo a las obras y sueñan con llegar hasta el escenario del baile, en un determinado y tasado periodo de tiempo.

Al fin y a la postre no cuentan con el auténtico pueblo, el que se arremanga la falda o el pantalón para cruzar un arroyo que viene crecido, el que atraviesa valles y montañas sin pedir permiso a ninguna autoridad, porque siente la caricia libre del viento en su rostro. Es ese pueblo, a veces adormecido, otras veces enrabietado, el que tiene que fabricar con sus pisadas, día a día, el sendero que nos acercará a la libertad. No sé si de forma inconsciente, como el caso de los caminitos de deseo que florecen en parques y alamedas, pero si de forma colectiva, participativa, sin clichés ni consignas caducas. Sin llamamientos salvadores para intentar esconder maniobras y dilaciones. Sin convocatorias anuales que caigan en la rutina. Sin ejercicios de prestidigitación que saquen falsos conejos de la chistera, generando ilusiones que luego no se aciertan a concretar.

La mera existencia de los senderos de deseo en parques, jardines, urbanizaciones y alamedas es la mejor prueba de que las instituciones y los agentes que deciden por la mayoría de la población cometen errores de forma continua. En algunas ocasiones sin mala voluntad, en otras de forma premeditada. Es evidente que la suma de mentes populares que trazan de forma inconsciente el sendero sobre el césped recién cortado, posee mayores habilidades que el mejor equipo profesional de arquitectos, sociólogos e ingenieros que se pueda formar. Existe una inteligencia intrínseca en el ser humano, una especie de sabiduría que no se imparte en las universidades, que tiende a la economía y, en cierto sentido, a la perfección. Es indudable que frente a ella tan solo es viable la incorporación a la misma, porque la confrontación acabará siempre en derrota. Si no puedes anular esa alternativa libertaria de diseño, únete a ella.

Apurando algunas de las enseñanzas que nos deparan los senderos de deseo, habría que emparentarlos con una desobediencia civil práctica y efectiva. No son necesarias convocatorias por las redes sociales, ni pegar carteles por el barrio, ni tan siquiera realizar asambleas. Tan solo hace falta que la gente tome el camino más adecuado a sus necesidades y que lo vaya construyendo con su caminar diario, con sus pisadas soberanas. Con el paso del tiempo, el sendero de deseo estará en perfectas condiciones para ser utilizado, demostrando la invalidez de los caminos diseñados y pavimentados sin tener en cuenta las auténticas aspiraciones de la población.

NOTA: Artículo publicado el 12-08-2016 en el diario "Noticias de Gipuzkoa"

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