2013/03/22

Viajar en sub

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Estos días hemos asistido a una catarata de informaciones acerca del nuevo papa de la Iglesia Católica, Jorge Mario Bergoglio, entronizado como Francisco. No pienso tratar aquí del futuro de la cristiandad, fenómeno por el que guardo interés cultural que no religioso. Lo que quiero citar son las noticias referidas a la humildad del tal Francisco, su devoción por los pobres y desposeídos y, sobre todo, su amor por los trenes.



Bergoglio, como casi todo el mundo sabe, es hijo de ferroviario, circunstancia que, quierase o no, le marca a uno. Lo sé por experiencia. El caso es que una fotografía del papa, sentado en un vagón del suburbano bonaerense, ha sido reproducida hasta la saciedad. Me alegro mucho de ello, porque el entonces cardenal Bergoglio no renunciaba a viajar con el común de sus paisanos, fueran éstos cristianos, judíos, musulmanes o ateos circunspectos; se tratase de hinchas del Boca Juniors o del San Lorenzo de Almagro.

Que todo un cardenal viaje en sub es un notable acontecimiento. Llevo viajando muchos años en bus, tanto en Bilbao como en Donostialdea, y jamás he tenido el gusto de toparme con uno a la hora de abonar el billete o pasar la tarjeta, como es costumbre ahora. Puede que la razón haya sido la escasez de cardenales que padecemos por estos lares, pero tampoco es que me haya encontrado en nuestros particulares sub con obispos, sacerdotes o archidiáconos.

Lo cierto es que la referencia al sumo pontífice me sirve para llegar al meollo de la cuestión. En nuestro país es verdaderamente excepcional encontrarse en el suburbano de turno con un alcalde, con un concejal, no digamos nada con un subsecretario de Administración Pública o con un viceconsejero de Universidades e Investigación. Hasta hace unas fechas, se podían esgrimir poderosas razones de seguridad para ello, pero una vez anunciado el cese de la actividad de ETA en octubre de 2011, dichas razones han decaído.

La poderosa razón para que nuestros políticos, así en general y sin señalar con el dedo, no frecuenten los medios colectivos de transporte, que por cierto tanto defienden en sus intervenciones públicas, es la pereza. La mayoría de ellos la padecen. Pero no es pereza por montarse en autobús y sacar del bolsillo la tarjeta Mugi o la Barik, sino la pereza de mezclarse con la gente corriente y moliente. Con quienes tienen dificultades para llegar a fin de mes; con quienes están en desempleo y acuden a una entrevista de trabajo; con los jóvenes que no saben si lo que estudian les servirá para ganarse la vida; con las mujeres que limpian casas ajenas para complementar los ingresos familiares; con los pacientes que acuden al ambulatorio de la capital a hacerse una ecografía.

Termino. El día en que veamos en los periódicos y las páginas web una fotografía del lehendakari, del consejero de Agricultura, del diputado general de turno o del alcalde de alguna capital importante acudiendo a su trabajo en el sub (o en bici, que también valdría) habremos dado un gran paso adelante.

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