2013/01/21

Pavoroso

Luis Bárcenas Gutiérrez (PP)
El portavoz del Gobierno Vasco, Josu Erkoreka, ha afinado en la adjetivización del asunto de moda: pavoroso. Por la magnitud de las cifras y por el descaro, el llamado caso Bárcenas es pavoroso, pero no único. Es cierto que representa un salto cualitativo en el saqueo que se ha producido al amparo de las instituciones del Estado español, pero ha venido precedido de otros muchos casos que sería largo y penoso enumerar aquí.

Basta con señalar una pequeña lista de nombres propios para valorar el escarnio: Urdangarin, Camps, Fabra, Jaume Matas, Roldán, Naseiro, Unió, Campeón, Gürtel, Filesa, Ibercorp, Bankia, CAN... No terminaríamos.

El que suscribe, muchos años atrás, ha sido concejal y no ha cobrado por ello un real. La modesta asignación mensual del grupo se trasfería a la coalición representada. He conocido a alcaldes y concejales que han trabajado por mejorar sus pueblos sin ningún afán de enriquecerse. Los sigue habiendo en diversos partidos y coaliciones. Pero la idea que se extiende entre la población es que los políticos se encaraman en las instituciones para forrarse a costa del erario público. Sin más matices. 

Se trata de una idea prepolítica, probablemente injusta, pero efectiva a la hora de horadar los cimientos de un sistema podrido desde hace demasiados años. Una idea que puede ser caldo de cultivo de nuevos autoritarismos, de nuevos falangismos, ni de derechas, ni de izquierdas. 

El franquismo no tuvo su proceso de Nuremberg, ni mucho menos. El enjuague de la Transición, liderado por Adolfo Suárez, hasta la misma víspera secretario general del Movimiento Nacional (partido fascista), permitió adecuarse a la "democracia" a militares, policías, funcionarios, jueces y demás servidores del anterior régimen. Y de aquellos polvos, estos lodos.

Nunca se ha producido en el Estado español una verdadera revolución. Lo más parecido a ella sucedió en parte del bando republicano en los años treinta, pero la victoria de Franco asoló con todo. Las vesania de los de arriba y la pusilanimidad de los de abajo hizo el resto.

Ahora muchos ciudadanos se echan las manos a la cabeza y se mesan los cabellos ante el despilfarro y el robo organizado. Comisiones y mordidas a constructores y empresarios; dinero negro; evasión de dinero a Suiza y otros paraísos fiscales; caciquismo y amiguismo; obras descomunales sin sentido (aeropuertos, autopistas, ferrocarriles, palacios de congresos, polideportivos, etc). No sigo para no cansar.

Mientras al ciudadano de a pie se le congelan salarios, se le retraen pagas extras; se le desahucia de su vivienda, se le envía al desempleo sin piedad; una parte de la clase política, minoritaria pero destacada, entre los que se encuentran presidentes de comunidades autónomas o altos cargos de partidos de ámbito estatal o autonómico, se enriquecen, acumulan viviendas de lujo, automóviles deportivos, en fin, se dan la gran vida. 

Lo raro, lo verdaderamente llamativo del asunto, es que el pueblo, las clases populares, no se levante en masa y expulse a gorrazo limpio de instituciones y sedes partidarias a este nuevo clan de sobrecogedores, de ladrones de cuello blanco, a quienes les importa el bien común una higa. Esa falta de reacción popular ante el latrocinio institucionalizado es de lo más pavoroso, que diría Erkoreka, de lo más sobrecogedor. Pero aún se está a tiempo.

    

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