2012/12/04

Seis de diciembre: Nada que celebrar

El observador atento que haya ojeado periódicos, webs y blogs durante estos días, vísperas del aniversario de la Constitución española, habrá acumulado unos cuantos motivos más para desconectarse definitivamente de la metrópoli. La nueva ofensiva evangelizadora del ministro Wert, la detención del ex presidente de la CEOE, convertido en un vulgar delincuente, el acto de homenaje a Franco, en el 120 aniversario de su nacimiento, las proclamas de la autodenominada asociación patriótica DENAES o los sucesivos manifiestos y declaraciones de políticos, intelectuales y militares contra la independencia de Catalunya, serían motivos suficientes para darse de baja.

A todo ello se añade la propia circunstancia del marco constitucional, que cada 6 de diciembre nos recuerda la imposibilidad de construir ningún proyecto común en libertad entre las diversas naciones que conviven bajo el Estado español. En vez de utilizar la seducción democrática, aproximándose a quienes se sienten incómodos en España, los autodenominados constitucionalistas se dedican a zaherir una y otra vez a quienes no se sienten españoles, últimamente con mayor dedicación al caso catalán.

Se manifiesta de ese modo la gran contradicción del nacionalismo español, que mientras afirma día y noche que Catalunya y Euskal Herria son parte inseparable del solar patrio, proclaman al mismo tiempo su desprecio a lo que estas naciones representan, a su cultura o a su lengua.

Estoy convencido de que si lo que figuradamente llamamos Madrid, y que podría haberse llamado Toledo o Valladolid pero nunca Bilbao o Barcelona, hubiese obrado con un poco de inteligencia, intentando entender las distintas sensibilidades nacionales de la península, hoy en día el independentismo sería una opción muy minoritaria en Euskal Herria y en los Països Catalans.

Si algo ha exacerbado la fiebre independentista en estos últimos años ha sido la falta de comprensión manifestada por los dirigentes de PSOE y PP. Tan sólo han sido capaces de pactar o mercadear con vascos o catalanes cuando carecían de la mayoría absoluta en su Parlamento. E incluso en esos casos, han negociado siempre con desgana, para acabar por incumplir, en la mayoría de ocasiones, lo pactado.

Este seis de diciembre, 34 años después, vuelve a mostrarnos la verdadera faz de un Estado incapaz de reiventarse. Un Estado en apuros y sin ideas, en el que algunos políticos quieren levantar la descolorida bandera del federalismo, en el que nunca han creído, mientras los más enarbolan la del centralismo, abominando incluso de lo que hasta ahora se ha conocido como estado de las autonomías, ese batiburrillo que se inventaron sobre la marcha para seguir agarrando del cuello las ansias de libertad de catalanes, gallegos y vascos.

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