2011/10/03

Nada es por casualidad

A raíz del reciente pronunciamiento sobre el Acuerdo de Gernika realizado por el Colectivo de Presos Políticos Vascos, EPPK, parece que se ha producido un cierto acelerón en el escenario político de Euskal Herria. Sin solución de continuidad se ha presentado en Bilbao la comisión internacional de verificación (CIV); el grupo Ekin ha anunciado su autodisolución; el lehendakari López se ha mostrado partidario de acercar a los presos y legalizar Sortu si se dan determinadas condiciones; la propia ETA ha aceptado el dictamen de la CIV sobre el alto el fuego; y en otro orden de cosas, la coalición Amaiur se ha presentado en Iruñea.

Cada uno de esos asuntos merecería un comentario aparte, pero ahorraré al lector tanta lectura. La sensación general es la de que el proceso avanza, gracias fundamentalmente al esfuerzo y las ganas que está poniendo en el empeño la izquierda independentista. Tras el revés que supuso la sentencia del caso Bateragune, la reacción clásica hubiera sido un enroque, exigiendo a los demás gestos compensatorios. En este momento histórico la reacción ha sido bien distinta. Echar más madera a la caldera para que el proceso no solo no se enfríe, sino que aumente de temperatura en lo cualitativo y en lo cuantitativo.

Cartel de la película "Al final del túnel. Bakerantza"
Uno de los esfuerzos menos conocidos es el desplegado en torno a la película documental "Al final del túnel.Bakerantza", producida por el hernaniarra Elías Querejeta, que acudió a la izquierda abertzale en busca de consejo. Un film que animo a visionar a quien tenga ocasión, porque aporta puntos de vista diversos sobre el llamado conflicto. Algunos testimonios chirriarán a más de uno, de los de aquí y de los de allí, pero si el film se exhibe en el Estado español puede ejercer una labor de explicación y divulgación de lo que queremos los vascos, o al menos la mayoría de los vascos. Me ha llegado el dato de que a alguna cara conocida de Bildu no le ha gustado el documental. Tal vez no ha sabido apreciar en su justa medida el testimonio de dignidad que Juan Carlos Ioldi realiza en el mismo. Solo por eso merece la pena que se haya hecho la película. Que no ha sido por casualidad.

Dentro de unos años, cuando periodistas, analistas e historiadores aborden el momento que estamos viviendo estos meses, apreciarán con más nitidez los pasos que se van dando. Ahora nos falta perspectiva para darnos cuenta de la trascendencia de declaraciones, gestos o firmas. Nada es casual, sino más bien causal. Lo uno lleva a lo otro, en un proceso dinámico que está consiguiendo aglutinar a importantes sectores sociales del país, más allá incluso de los núcleos históricos de la izquierda abertzale.

Se habla mucho, desde las antípodas, de que tiene que haber vencedores y vencidos, de que el relato que quede debe decir que la democracia venció a la dictadura del terror. Insistirán en ello durante un tiempo, pero saben que esa batalla la tienen perdida de antemano. No se puede construir nada a futuro si se considera como vencidos a un cuarto largo de los votantes.

Un destacado militante independentista dijo ya hace unos cuantos años que en caso de perder la batalla militar no podíamos perder también la política. Esa es la reflexión que anida en el cambio de estrategia de la izquierda abertzale. Y de ahí que desde la metrópoli se pretenda que haya vencedores y vencidos. En todo caso, quienes ahora se aglutinan en torno a Amaiur no van a ser en ningún caso los vencidos. Y ellos, los de Madrid, ya lo saben.

Vendrán más pronunciamientos, más movimientos de uno u otro signo, asistiremos a situaciones que hace pocas semanas nos hubieran parecido inimaginables. Algunas de ellas nos rechinarán en el ámbito de lo simbólico, algunos llegarán a asustarse, probablemente. Pero el cómputo final va a ser positivo para quienes ayer, hoy y mañana siguen soñando con una Euskal Herria libre, habitada por hombres y mujeres libres.

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