2010/08/25

Ni me va, ni me viene

Mario Iceta y Ricardo Blázquez.  Foto:  www.agenciasic.es

Siempre me ha parecido desmesurado el eco que obtienen las noticias relacionadas con los cambios de personal en la jerarquía de la Iglesia Católica en Euskal Herria. Los finos análisis sobre relaciones de fuerzas entre diversos sectores son, de todos modos, desternillantes y a veces merece la pena detenerse en ellos unos instantes.

Titulares como "Roma toma el control de la iglesia vasca" me resultan, no obstante, sorprendentes. Cabe pensar que hasta el nombramiento de Mario Iceta como obispo titular de la diócesis de Bilbao, el control de esa llamada iglesia vasca radicaba en otra capital europea, tal vez Londres o París. Estimo humildemente que no, que el autor debía haber utilizado el término Vaticano en vez de Roma, por supuesto, pero seguiría estando equivocando a los lectores.

La llamada iglesia vasca nunca ha existido como tal, si es que queremos ponerla a la altura de la iglesia rumana o la portuguesa. Lo que han existido son miembros vascos de la Iglesia Católica que, dentro de esa institución, han defendido la constitución de una diócesis para Euskal Herria o han mantenido posiciones en defensa de la personaliddad del pueblo vasco y de su lengua. Pero creo que el control de todos esos fenómenos nunca ha escapado del todo al Vaticano de Roma, lugar en el que por cierto también ha habido históricamente una presencia significativa de religiosos vascos.

Es verdad que no es lo mismo que el obispo de la diócesis de Donostia sea José María Setién o sea José Ignacio Munilla, pero la diferencia la sentirán sus propios feligreses, porque yo, como persona ajena a esa institución religiosa privada, no he notado cambio alguno. Entiendo la preocupación que muestran algunas lecturas políticas de esos acontecimientos, pero la Iglesia Católica en Euskal Herria ha estado gobernada durante décadas por obispos bastante más reaccionarios que Munilla e Iceta, y no creo que sea cuestión de ir por ahí dando nombres, todos sabemos a quienes me refiero. La imagen de una supuesta iglesia vasca progresista, abertzale y antifranquista es eso, una construcción basada en algunos hechos muy importantes, pero protagonizados por una minoría de sacerdotes, de algunos de los cuales me siento muy cercano. La realidad, por duro que sea reconocerlo, es que la mayoría de esa iglesia fue tan franquista como la de otros lugares del Estado español. En mi pueblo la corporación franquista entraba en la parroquia bajo palio, igualito que en Carrión de los Condes, por poner un ejemplo.

Es evidente que en agosto escasean las noticias y a falta de otras cuestiones de más enjundia, viene bien especular sobre las consecuencias de la llegada de Iceta a Bilbao. Que encima no es tal, porque ya estaba de obispo auxiliar hace tiempo. Más allá de eso, considero que las informaciones sobre esos cambios atañen a los miembros de esa institución, que deberán valorarlos en su medida. A quienes no pisamos un templo, salvo en algún funeral, ni nos va ni nos viene nada en ese mercadeo de cargos y prebendas entre los jerifaltes católicos.

2010/08/23

Vivir (un mes ) sin internet

Hace ya más de un mes que no publico nada en este sitio. La razón es que me he dedicado a contemplar las luciérnagas que alumbran el camino y no me ha dado tiempo para atender a mis compromisos con el cyberespacio, Facebook incluido.

Al principio, cuando comencé las vacaciones, tenía una vaga idea sobre qué hacer respecto a internet. La idea se fue haciendo más vaga cada día y la conclusión fue la inasistencia sostenida a la red. Antes había probado en dejar de leer los periódicos en vacaciones, con distinta suerte. Ahora me ha tocado enfrentarme al mono de internet y creo que he superado la prueba con nota.

Se puede vivir sin internet, aunque se tenga un acceso a la red muy cercano y encima gratuito, como era mi caso. Y además, no pasa nada. Es decir, pasan muchas cosas. Por ejemplo se puede dedicar más tiempo a charlar con otras personas, a pasear, a andar en bicicleta o a leer un buen libro. La saturación que produce la angustia por estar al día de todo lo que ocurre en la red se cura dando un tajo a la relación y no mirando hacia atrás. A mí no me pasa, pero supongo que para quienes tienen cierta dependencia del teléfono móvil la solución puede ser idéntica. Apagar el receptor y punto.

Estamos construyendo una sociedad basada en el uso intensivo de las nuevas tecnologías y parece que el proceso no tiene marcha atrás. Tampoco vamos a echarnos a llorar ante la evidencia. Pero no conviene dejarse arrastrar por la corriente sin más ni más. Estar al día de las nuevas cosas es enevitable, pero guardar nuestras pequeñas islas de libertad también. Aunque sólo sea en el momento de las vacaciones.

Es cierto que en el aterrizaje a la vida habitual se puede producir alguna pequeña turbulencia, pero ese problema es fácilmente subsanable con un par de clics o, mucho mejor, tomando una caña con algún amigo que te ponga al día de lo más importante que haya pasado, que por lo general no le ocupará más de tres minutos. Así son nuestros agostos.